La huella intacta

(Blog dedicado a la literatura de terror y misterio)

  • Donde leer es un placer perverso

Las reglas de juego

Posted by Jaume On viernes, marzo 12, 2010 2 comentarios



El hallazgo de un cadaver destapa una terrible historia,
donde el mal juega sus cartas con terribles consecuencias.



Al levantamiento del cadáver asistieron: El inspector Zurita, el comisario Comassens, el juez Salgado, Pacheco el forense, dos mossos d’esquadra, la propietaria arrendadora del piso y su gato, Camilo.
El cuerpo no mostraba signos de violencia y reposaba decúbito dorsal junto a una silla, donde habían restos de barbitúricos. Espumilla en la comisura de los labios algo inflamados y señales de tinta en su mano derecha. Había dejado una nota sobre la mesa dando sus razones de su suicidio. La caligrafía del difunto era impecable, se leía todo con claridad. Hoja de Din A4 impoluta y bajo ella un maletín negro, cerrado. Comassens, el comisario, sustrajo sus gafas y comenzó a leer en voz alta a todos los asistentes.
Mi nombre es Nicolás Gabriel Guzman y soy el cadáver que les acompaña. Llegué a Barcelona en 1998 en el Santa Fe, barco proveniente del Perú. Allá había perdido todo lo que tenia. Militares y gobierno se adueñaron de mis tierras, obligando a mi familia y a mi a salir del departamento o como dicen ustedes, provincia de Lambayeque. Agarré el primer barco a España, prometiendo a los míos volver con dinero y un nuevo futuro. Los primero años fueron muy duros. Trabajaba de aquí a allá sin respiro posible. Mal pagado siempre y visto como un ser ridículo entre mis compañeros de obras. Una noche volviendo a la pensión donde me hospedaba por aquellos días, sorprendí a unos muchachos intentando asaltar un pobre viejito. La mala fortuna siempre se presenta ante nosotros en mil formas distintas, y alguna de ellas en buenas intenciones. Logré a gritos y patadas espantar a los jovenzuelos. El viejito me daba las gracias con énfasis y devoción. No se apure buen hombre, le decía yo. Me dijo que ese acto de buena voluntad debía ser recompensado. Me regaló la maleta que llevaba, la cual intentaban robarle aquellos malhechores. Me dijo: “Me liberas de este peso. Toma la maleta y suerte, mi amigo.” Aquellas palabras quedaron grabadas en mi mente. Aún no conocía el secreto de ellas y lo que luego el futuro me depararía por aquel acto. En mi habitación, esa misma noche, abrí la maleta. Contenía fichas y cartas de póker. En ese mismo instante una voz profunda tras de mí me invitaba a jugar. ¿Quién eres? le pregunté. Apareció de la sombra del armario un caballero bien elegante. Traje y corbata. Una mirada brillante y profunda, casi hipnótica. Déjame explicarte las reglas del juego, amigo -espetó. Todo consistía en que cada vez que abriera aquella maleta el aparecería y debíamos jugar una partida de póker. Cada partida que yo ganara sería un deseo cumplido, mientras que si perdía, algo malo ocurriría a mi alrededor. La única manera de deshacerme de la maleta sería si alguien de buena voluntad hiciera algo por mí, de lo contrario, la maleta me seguiría a todas partes. Cierto era, ya que en muchas ocasiones dejaba o lanzaba la maleta de mí y al volver a la habitación allí estaba de nuevo. Esperándome. Las noches que no la abría sufría de terribles pesadillas y dolores por todo el cuerpo, como si me clavaran mil agujas en el corazón. A fuerza de desgracias ajenas, fui aprendiendo a jugar. Ya que el perder hacia que aquel demonio hiciese de las suyas a mis familiares, amigos o conocidos. El primer año hizo que dos de mis hijos cayeran enfermos de una extraña enfermedad, dos partidas ganadas y pude curarlos. Mi hermano Octavio, quedó ciego y perdió su trabajo en la fábrica de Arequipa. Una jugada que leí en un manual de póker le volvió la visión. Dos compatriotas y vecinos de pensión perdieron la vida en una obra en Viladecans. No pude salvarlos. Mis partidas ganadas eran deseos de salud y prosperidad a aquellos que anteriormente eran dañados por mi mala suerte. Vivía en una pesadilla de la que no podía escapar. Me vine a este piso del barrio de Gracia con la intención de apartarme de todos y poder poner fin a tanta maldad. Anoche jugué la última partida de póker con mi diabólico rival. La fortuna me fue generosa, gané todas las manos. Mi mujer y mis hijos vivirán en Perú durante muchos años con salud y buenaventura. Alabado sea dios. Yo, marcho a otro lugar, donde espero poder descansar en paz. Esta es mi historia. Bendiciones, seas quien seas.
9 de noviembre de 2009
Hubo un silencio sepulcral tras la lectura de comassens de aquella nota, ni siquiera el gato maulló. Miraron al muerto al unísono, digiriendo aquella rocambolesca historia. Dos funcionarios entraron con una enorme bolsa negra donde introdujeron el cuerpo. La cadena hizo desaparecer el cuerpo de un hombre y lo convirtió en una masa oscura de plástico amorfa. El comisario guardó la nota en uno de los bolsillos de la gabardina y dio la orden de abandonar el lugar. Desalojaron el piso en silencio. Zurita, bajando la escalera acompañado del comisario recordó que la maleta aun seguía en el piso, objeto clave para la investigación del caso. Girose deprisa y subió de dos en dos la escalera. Al volver a la habitación de autos la agarró con prisa. La puerta principal se cerró de un estruendoso portazo. Zurita no veía forma de abrirla.
Déjame explicarte las reglas del juego, amigo –se escuchó en el fondo del pasillo.
FIN
©Jaime López

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2 Response for the "Las reglas de juego"

  1. Anónimo says:

    Jaime, qué bueno es el relato. Cada día sé lo buen escritor que eres, pero cada día también me sorprendo ante lo bien que escribes. Enhorabuena. Menudo relato. Buffffffffffff. Qué imaginación. Me encantaría poder sacar de mi mente algo así.
    Te felicito.
    Por favor, nunca pares de escribir, pues llegarás lejos.
    Ya has puesto el listón muy alto.
    Con cariño, tu amiga Quimey.

  2. Jaume says:

    Mis inicios en el mundo de la escritura fueron dentro de este genero, muy influenciado por Stephen King, Lovecraft y Poe.
    Realizar este relato me ha traido muy buenos recuerdos de juventud.

    Eres un sol de lectora, Quimey.
    Abrazos mil.